domingo 15  de  junio 2025
OPINIÓN

Rodríguez Calero, inventario de esquirlas 1wb59

Desconozco cuánto tiempo perdura, pasa la artista en concebir su obra; desde mi perspectiva presiento que pernocta en ellas durante meses 4l6u4x

Diario las Américas | ZOÉ VALDÉS
Por ZOÉ VALDÉS

El viaje hacia la imagen, en su caso, está armado con retazos, con trozos de puentes, de tejidos acuosos, que se han ido entremezclando mediante la inventiva y la perspectiva de un trasfondo piranésico. Rodríguez Calero amanece en los grises de Piranesi y va mutando a sus anocheceres coloridos, más verdecidos que azulados. Y, al igual que en Piranesi, la estampa es mucho más compleja en el arte de desarmarla, desfragmentarla, que en la impresión per se.

En la ambición pura de la artista que es Rodríguez Calero podemos percibir que la función de la ruptura constituye un paso más radical hacia la revelación de una tradición, que la trasciende y que la ampara. En esa protección conseguimos una promesa de duda, no tanto de respuesta. Rodríguez Calero se siente más deudora de la duda, pendiente del acertijo, que reafirmada en la promesa de una percepción.

Piranesi tenía veinte años cuando en septiembre u octubre de 1740 viajó a Roma por primera vez como parte de la comitiva del embajador de Venecia, se dirigía a presentar credenciales al nuevo Papa. También yo con un poco más de edad caí en Nueva Jersey, ahí conocí brevemente a Rodríguez Calero. Recuerdo a una persona silenciosa, casi papal, parecía que levitaba en una abstracción vaticana; su aparente distancia me sedujo, como su obra tan cercana. Entonces percibí el contorno de los emblemáticos trazos en el ambiente penumbroso, como mismo ahora advierto su pintura: el abanico se abre con la ayuda de la yema de unos frágiles dedos y el reguero de esquirlas renace del entramado entre la tela y las varillas, van conformándose desde un rostro o desde una figura clásica de la pintura, hacia la información que erudita bordea los círculos del saber.

Rodríguez Calero es la maestría y la habilidad reunidos en un mismo individuo, en un ser platónico, doble, que rodando en sucesivas vueltas de carnera imita el acto de alcanzar y atrapar la luz, el resplandor único que abrasa, que quema porque crea. Toda creación resulta una intensa quemadura bajo hierro candente. Toda creación deja al nigromante en carne viva. Rodríguez Calero es alquimista, de la piel del lienzo, del sudor del papel, extrae el oro que anida en los sentidos.

Obras de Rodríguez Calero. vía Zoé Valdés
Obras de Rodríguez Calero.

Obras de Rodríguez Calero.

La imaginería piranésica, arquitectural y telúrica, reside en la razón más profunda y verdadera de su buen hacer, y como buena taumaturga oculta lo imperecedero imprescindible, velado por lo indecible, lo impronunciable, tras bambalinas de una escenografía que ciertamente ha fundido mediante un cincel perfecto en sus altísimas dimensiones, como lo prueba el David posmoderno -relativo a Michelangelo, cautivante en su lirismo anacrónico, o el rostro hundido cual polymita de Catherina de Médicis, de Justus Sustermans. O en esa Muerte de Marat, eco de Jacques-Louis David, que se bifurca en los laterales de un tapiz indoamericano. O mi preferido, Venus y Cupido, que hace honor al espejismo de la maestría de una Artemisia Gentileschi después de haber sido comparada con lo inenarrable.

Balthus, José Campeche, ambos en su mano devienen pruebas fehacientes de una perfección que sólo la arquitectura romana podía inspirar en un alma que todo lo ha imaginado ya, sin recurvas, sin regodeo, con la precisión de un Piranesi exaltado y reencontrado.

Luego, crece, se yergue en la silueta el símbolo distintivo de la mutilación como lenguaje fermentado, como si de los muñones destilara un vino cuyo líquido se enredará en la mente debido al grueso espesor del goteado. Rodríguez Calero posee el magisterio de convertir la esquirla, los fragmentos del espejo, en licor cristalino. Resulta muy difícil revertir la imagen del pincel a la pastosidad del óleo, en una honda alquimia invertida, sólo una Remedios Varo lo ha conseguido; o una Rodríguez Calero, en su empeñada distinción de la cita o la frase poética que surcará la tela, descifrará esa canopea viviente y visceral y la reconvertirá al lienzo, cual vasija funeraria húmeda en una tumba egipcia.

Desconozco cuánto tiempo perdura, pasa la artista en concebir su obra; desde mi perspectiva presiento que pernocta en ellas durante meses, que se inscribe desde la piel, como si de un grabado antiguo fuese impregnado, desde el interior, y la tinta fluyera de las venas a la epidermis. Ignoro la implicación emocional, y aunque me interesa no es precisamente lo que sublimaría en la pintura de la neoyorkina. Sitúo por encima de todo el carácter ácido de la placa de cobre, el fraccionamiento troceado similar a las columnas de Piranesi, la composición potencial de lo grabado en la lámina, cual ilustración cenicienta que jamás olvidaremos, que nunca nos abandonará.

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