MIAMI.- El ADN de Estados Unidos —y del resto de América— está signado por una mezcla heterogénea de culturas. Inmigrantes de todas partes del mundo vinieron a la tierra de lo posible a perseguir sus sueños y, sin proponérselo, crearon un caldo de cultivo donde las fusiones más excéntricas entre razas, costumbres y folklore coexisten enriqueciéndose una a la otra. A pesar de esto, la narrativa norteamericana moderna —al igual que la política— ha caído en la trampa de la segregación, construyendo historias que, como pequeños ghettos, ponen el acento solamente en un sector de la población como si estuviese aislado de otras influencias externas. Son pocos los largometrajes que se dan el permiso de explorar, desde su herencia cultural, esta mezcla que termina moldeando la personalidad no solo de un colectivo sino de toda una nación. Este es el caso de Sinners, la nueva película de Ryan Coogler, donde a través de la música, la ambición, lo prohibido y el hechizo de lo sobrenatural viajamos a las entrañas de Estados Unidos como nunca antes habíamos visto.
Ambientada en el Misisipi de 1932, la película nos presenta a Smoke y Stack (Michael B. Jordan), dos hermanos gemelos que regresan a su pueblo natal después de haber estado un tiempo en Chicago ganando dinero en actividades ilegales de la mano de Al Capone. Deseosos de montar un juke t (un establecimiento clandestino donde se ofrece bebida, música y juegos de azar a afrodescendientes desde la noche hasta el amanecer), los hermanos visitan a diferentes figuras claves del lugar convenciéndolos de no dejar escapar esta gran oportunidad para hacer dinero fácil. Es así como se crea un equipo variopinto conformado por Samie Moore (Miles Caton), primo menor de los gemelos y guitarrista con un talento excepcional, Delta Slim (Delroy Lindo), un pianista legendario alcohólico, la cantante Pearline (Jayme Lawson), en la barra Annie (Wunmi Mosaku), la ex-esposa de Smoke, y Grace Chow (Li Jun Li), dueña de un par de tiendas de abarrotes con su marido Bo Chow (Yao) —encargado de la zona de apuestas—y, por último, Cornbread (Omar Miller), un recolector de algodón que trabaja como seguridad. Un dream team listo para hacer la noche de sus vidas en un negocio casi perfecto hasta que las cosas se salen de control cuando reciben a la medianoche la visita inesperada de Remmick (Jack O’Connell), Bert (Peter Dreimanis) y Joan (Lola Kirke), un trío de vampiros que desean infiltrarse en la fiesta para satisfacer su sed de sangre.
Dirigida y escrita por Ryan Coogler (Creed, Black Panther), Sinners es una rara avis en su filmografía y funciona para demostrar su versatilidad como autor. Su puesta en escena y registro dramático la transforma en la nueva From Dusk till Dawn, pero sin por eso perder la impronta característica de Coogler —donde la cultura afroamericana es el eje que lo sostiene todo. Tomando como punto de partida la sociedad de la época (costumbres, personajes, folklore, idiosincracia y geografía), la película se vale de leyendas urbanas para crear un mundo donde es completamente natural que un chico tocando una guitarra rompa la barrera espacio-tiempo y atraiga vampiros a una reunión clandestina. Por supuesto, esta mezcla —aparentemente excéntrica— no es fortuita: Coogler utiliza el mundo nocturno —con todas las ideas que evoca y los seres que lo habitan— para ilustrar como un grupo de marginados debe luchar contra lo indecible para poder sobrevivir en un sistema que los ha relegado a la oscuridad hasta el punto de preguntarnos si solo pueden prosperar vendiéndole el alma al diablo. Una tarea que cumple a cabalidad apostando por la ambigüedad, valiéndose de la ambición como motor y evitando los maniqueísmos y diálogos expositivos.
Al mismo tiempo, como su título lo indica, Sinners hace alusión al doble pecado: el “original” (que se lleva como una marca por pertenecer a una raza en el lugar y momento equivocado) y los pecados capitales que cometen los personajes durante el transcurso de la película luego de aceptar —a regañadientes— la oferta Mefistofélica de Smoke y Stack. Una propuesta que utiliza el dinero como un lienzo donde todos proyectan sus anhelos más inconscientes, transformando al juke t en una quimera que invita a sucumbir al poder magnético de la sombra “dejándola entrar” como si fuese un vampiro que se apodera de la voluntad cada uno; comenzando por la soberbia de Samie al ver su talento como guitarrista menospreciado —y satanizado— por su padre, la avaricia de los Chow a pesar de tener negocios prósperos en el pueblo, la lujuria de Pearline que la lleva a cometer adulterio, la gula de Delta Slim deseoso de ahogarse en el alcohol, la envidia de Mary (Hailee Steinfeld) por la vida libre que lleva Stack, la pereza de Cornbread por querer dinero fácil lejos de su trabajo en el campo, hasta llegar a la ira de Smoke y Stack en contra de un sistema —dominado por hombres blancos— que los humilla y no les permite crecer.
Al igual que el guion, la dirección de Coogler tiene una fuerza visceral que, desde Creed y Black Panther, se sentía al acecho, pero que en Sinners termina de florecer. Inspirado en la cultura afroamericana y los relatos de su tío y abuelo, el director construye un mundo profundamente personal y lleno de magia donde cada cuadro respira el alma que le insufló. La belleza ominosa de un atardecer en el campo, el calor perenne del Misisipi donde cuerpos danzan al ritmo de música hipnótica y llena de dolor, casas destartaladas llenas de sorpresas, espacios liminales donde los vivos y los muertos se consiguen, dinero “fácil” pero con alto riesgo, la atracción de lo oscuro y muchas cosas más nos permiten sumergirnos en un pueblo donde, a pesar de que se vive un día a la vez, una noche puede definir una vida entera. En paralelo, el mal acecha como un ticking clock esperando el momento preciso para aparecer… y lo hace justo cuando ya estamos completamente cautivados por la historia, en plena metaxis del trance dionisíaco que nos lleva al inframundo (en un plano secuencia alucinante que nos enseña el ADN de la historia). El vampiro (antropomorfización de los 7 pecados capitales y metáfora de la maldición que se lleva en la sangre por los siglos de los siglos) se presenta dando una vuelta de tuerca a la historia llevándola al terreno de la acción y gore desmedida al mejor estilo Tarantino-Rodríguez (sin sacrificar por eso la personalidad construida previamente por el director). Un tour de force tan abrupto que solo un grande como Coogler puede llevar a buen puerto.
La cinematografía de Autumn Durald Arkapaw (The Last Show Girl, Black Panther: Wakanda Forever, Loki), al igual que la música de los vampiros, es uno de los encantos más fuertes que tiene Sinners. La película fue rodada en Ultra Panavision 70 y IMAX 65 (al mejor estilo de Christopher Nolan), sacando el jugo a la belleza y expresividad de cada fotograma… una invitación directa al público a que vaya a buscar la pantalla de cine correcta para disfrutar de una proyección completamente inmersiva. Dejando a un lado el aspect ratio o la vida que le da el grano a cada fotograma, el juego de luces y sombras que construye Autumn Durald Arkapaw no solo es una parte esencial del look and feel de la historia, también sirve para resaltar visualmente esa dualidad perenne entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la redención y el pecado. A su lado, el montaje de Michael P. Shawver (Abigail, Black Panther, A Quiet Place Part II, Creed) también nos hechiza creando momentos musicales con un tempo especial, dejando que disfrutemos del campo con un feeling verité para de pronto hacernos saltar de la butaca con varios jump cuts bastante efectivos. Casi como si emulara la improvisación de un jamming, el ritmo de las escenas obedece por completo a la emoción más que a una lógica narrativa (apartado en el que la banda sonora imponente de Ludwig Göransson —The Mandalorian, Oppenheimer, Tenet— es otra pieza clave).
El cast, como es de esperarse, es fiel a la mezcla que plantea la película. Más allá de tener personajes de diferentes tipologías, Sinners tiene un elenco conformado por caras conocidas, otras emergentes, unas casi ignoradas —y ahora reivindicadas— y talento nuevo. Esto hace que la historia tenga una capa extra de verosimilitud y, al mismo tiempo, se sienta congruente con el tema de fondo. Michael B. Jordan está impecable en su papel doble —algo que muchos actores han intentando, pero pocos han logrado de forma efectiva—, Smoke y Stack son muy diferentes sin necesidad de irse a los histrionismos que siempre son la salida fácil en este tipo de propuestas. Wunmi Mosaku está increíble y lleva en sus hombros la parte más humana de toda la película, encarnando al mismo tiempo a uno de los personajes más bad-ass del guion. Jack O’Connell es aterrador desde el primer minuto en pantalla y tiene varios momentos increíbles como fuerza antagónica oscura. Hailee Steinfeld se suelta el moño y nos regala una interpretación muy sensual dejando atrás esa imagen de chica buena de Marvel con la que algunos la asocian. Por último, la gran sorpresa de Sinners es Miles Caton quien debuta con una actuación y performances musicales impecables, sin lugar a dudas, un actor que dará mucho de qué hablar en el futuro y una grata sorpresa que nos deja la película.
Sinners es del tipo de largometrajes que, desde ya, podemos vaticinar que será un clásico de culto en un par de décadas. Su maravillosa puesta en escena mezcla el drama, el horror, la acción, la comedia y el suspenso como acordes de un jazz improvisado donde jamás sabremos qué esperar, pero que nos hechiza como el canto de Samie y los vampiros gracias a actuaciones memorables, la unión de elementos culturales afroamericanos como nunca antes los hemos visto y la capacidad de zambullirnos en una época donde la magia y la realidad van de la mano sin chistar. Al mismo tiempo, nos pone en la piel de los indios, irlandeses, chinos y afrodescendientes: trabajadores que han sido clave en el crecimiento de Estados Unidos, pero cuya labor como pilares del país ha sido completamente denostada al ser tratados como parias.
Sinners no es una historia sobre héroes o la clásica lucha del bien contra el mal, es un relato habitado por sobrevivientes y el precio que deben pagar para poder salir adelante o quedar atrapados por siempre en el mismo lugar. Partiendo de esta premisa, la película nos recuerda que el arte —como todo en la vida— es una espada de doble filo capaz de unir el pasado, presente y futuro, invocar ángeles y demonios, crear o destruir. Un dilema encarnado en Samie con su guitarra y que nos advierte sobre la importancia de ir por nuestros sueños, pero teniendo plena conciencia de la necesidad de enfrentarnos a los horrores del camino y las marcas que tendremos que cargar por el peso de nuestras decisiones.
Lo mejor: el tempo y el manejo de la tensión, las actuaciones de todo el cast, la banda sonora increíble y su incorporación en la historia. Las referencias a la cultura afroamericana, el folklore y el elemento sobrenatural.
Lo malo: el trailer revela algunos detalles de la historia que hacen que el factor sorpresa se pierda en la proyección. Los flashbacks del tercer acto son redundantes. El cambio de aspect ratio al no verla en una sala IMAX 70MM.
Sobre el autor 6gy4k
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ). Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología. Es co-host del podcast Axis Mundi donde profundiza en el análisis fílmico, la literatura, la psicología y los lenguaje simbólicos.
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